Ayer Cristiano no fue Cristiano, fue la cristiandad entera. No sólo marcó un golazo, propició un penalti y asistió en otros dos tantos, consiguió mucho más aún: hizo bueno cada balón que tocó, impulsó al Madrid, le dio alas, rescató a Kaká del purgatorio y, en última instancia, confirmó al entrenador que debe jugar, preferiblemente, por la banda, por la que desee, que tampoco nos pondremos maniáticos en eso, pero por la banda. Carecía de sentido contar con el mejor extremo del mundo y alejarlo de los extremos, encerrarlo entre los centrales y obligarle a recibir de espaldas, cosido a puñaladas traperas. Ayer se vio: no hay lateral que resista una carrera a este purasangre ni rival que le frene con campo por delante. Y no hay desdoro alguno en pegarse a la cal, que a veces lo parece. Por allí cabalgaron futbolistas ilustres y desde allí, cuando coinciden banda y pierna buena, se corrige naturalmente el vicio del egoísmo, quien lo tenga. Y conseguido el desborde se deshace el nudo. Supe...
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